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Artículo #241

Las formas de ser del vino chileno

Por Gonzalo Rojas DICIEMBRE DEL 2025

Durante buena parte del siglo XX, la historiografía, la política pública y el discurso industrial tendieron a representar el vino chileno como expresión de una identidad nacional relativamente homogénea, anclada en nociones de calidad técnica, modernización productiva y vocación exportadora. Sin embargo, los avances recientes en historia cultural, estudios del patrimonio y análisis territorial han puesto en evidencia las limitaciones de esta narrativa unitaria. El vino chileno no constituye una identidad única y estable, sino un entramado complejo de identidades regionales, históricamente construidas, territorialmente situadas y permanentemente tensionadas por procesos económicos, simbólicos y ambientales.

Texto destacado

La vitivinicultura chilena debe comprenderse como un campo policéntrico de identidades regionales, donde cada territorio ha desarrollado formas específicas de relación entre paisaje, prácticas productivas, memorias sociales y significados culturales.


Durante años hemos hablado del vino chileno como si se tratara de una sola cosa. Una identidad clara, reconocible, exportable. Una historia ordenada, eficiente, casi geométrica. Sin embargo, basta recorrer los valles, conversar con productores o simplemente observar los paisajes para advertir una verdad incómoda: Chile no cabe en una copa, y su vino tampoco.

El vino chileno no es una identidad única ni un relato lineal. Es un tejido complejo de territorios, memorias, prácticas y paisajes que se han ido superponiendo a lo largo de cinco siglos. Pensarlo como una expresión nacional homogénea ha sido útil para el mercado, pero profundamente insuficiente para comprender su densidad cultural. Este ensayo propone mirar el vino chileno no como un producto uniforme, sino como un lenguaje territorial, capaz de expresar las múltiples formas en que Chile ha habitado su geografía, su historia y su relación con la tierra.

El territorio habla: vino, paisaje y memoria

En el mundo del vino se repite con insistencia la palabra terroir, pero rara vez se asume todo lo que esa noción implica. El territorio no es solo suelo, clima y altitud; es también historia, formas de trabajo, estructuras de propiedad, sistemas de riego, saberes heredados, oficios, rituales y memorias colectivas. En Chile, cada valle ha construido una relación singular con la vid y el vino, dando origen a identidades regionales que no se explican únicamente por variables técnicas.

No es lo mismo producir vino en el Norte Chico, donde la escasez hídrica obligó desde temprano a una agricultura de precisión y convivencia con la minería, que hacerlo en el Maipo, corazón histórico del proyecto vitivinícola moderno y escenario de bodegas monumentales, haciendas y relatos de progreso decimonónico. Tampoco es equivalente el mundo campesino del Maule, Itata o Biobío —donde la viña fue parte de una economía familiar de larga duración— a los valles costeros contemporáneos, diseñados desde su origen para dialogar con mercados globales y estilos internacionales.

Cada uno de estos territorios produce vino, pero también produce sentido. Produce maneras distintas de entender la tierra, el tiempo agrícola, el trabajo, la herencia y la innovación. Durante mucho tiempo, estas diferencias fueron leídas como atrasos o anomalías frente a un ideal de modernización. Sin embargo, vistas desde hoy, constituyen un archivo vivo de diversidad cultural.

La construcción de una identidad vitivinícola nacional tendió a simplificar este mosaico. Desde el Estado, la industria y el discurso exportador se promovió una imagen coherente, técnica y competitiva, donde ciertos territorios fueron elevados a símbolos y otros quedaron relegados al silencio. En ese proceso, vastas zonas vitivinícolas —y con ellas sus prácticas y memorias— fueron invisibilizadas o reducidas a folclor. Pero el territorio guarda memoria. Y en las últimas décadas esas memorias han comenzado a reaparecer.

Cuando el vino deja de ser uno solo

El redescubrimiento de regiones como Itata, Maule, Biobío o Huasco no responde únicamente a una moda del mercado. Es el síntoma de algo más profundo: una necesidad cultural de volver a conectar el vino con su historia, con su paisaje y con las personas que lo han producido durante generaciones. Las llamadas variedades patrimoniales, las viñas viejas, las prácticas heredadas y los paisajes del secano no son invenciones recientes, sino identidades latentes que hoy encuentran un nuevo lenguaje para expresarse.

Este proceso ha puesto en tensión la idea de una identidad única del vino chileno. Ha revelado que bajo el relato homogéneo convivían —y conviven— múltiples formas de ser vino en Chile. Algunas ligadas a la modernización y la exportación; otras, a la economía campesina, la subsistencia y la memoria familiar. Ninguna es más “auténtica” que la otra: todas son históricas, situadas y profundamente territoriales.

Hablar de identidades regionales del vino implica también asumir que el patrimonio no es neutral. Patrimonializar un territorio, una práctica o un vino es siempre una operación cultural: alguien decide qué se valora, qué se narra y qué se deja fuera. En Chile coexisten hoy patrimonializaciones impulsadas desde la institucionalidad y el mercado, y otras que emergen desde comunidades locales, pequeños productores y territorios históricamente subordinados. En esa tensión se juegan no solo relatos, sino también formas de desarrollo, reconocimiento y futuro.

Quizás el desafío no sea construir una nueva identidad nacional del vino, más sofisticada o inclusiva, sino aceptar que la riqueza del vino chileno está en su pluralidad. En su capacidad de contener modernidad y tradición, mercado global y economía local, innovación técnica y memoria campesina.

Pensar el vino desde sus identidades regionales es, en el fondo, una forma de pensar Chile desde sus territorios. Desde sus márgenes, sus continuidades y sus contradicciones. Es reconocer que el vino no es solo una bebida ni una mercancía, sino un relato vivo del país profundo.

Tal vez haya llegado el momento de dejar de preguntarnos qué es el vino chileno y comenzar a preguntarnos qué Chile se expresa en cada vino. Porque solo entonces —cuando aceptamos que Chile no cabe en una copa— el vino empieza realmente a decir algo verdadero sobre nosotros.



Lecturas sugeridas:

1. Aguilera, I., & Alvear, A. (2017). Pipeño y Terremoto como bebidas nacionales: una reflexión en torno a la patrimonialización y representación de la nación. RIVAR, 4(12), 5–21.
2. Aliste, E., et al. (2019). Discursos sobre la viña y el vino: nuevos territorios en el Chile contemporáneo. Revista de Geografía Norte Grande, (72).
3. Anderson, K., & Pinilla, V. (Eds.). (2018). Wine Globalization: A New Comparative History. Cambridge: Cambridge University Press.
4. Aravena, R. (Ed.). (2015). Patrimonio vitivinícola: aproximaciones a la cultura del vino en Chile. Santiago: Ediciones Biblioteca Nacional.
5. Castro, A., Mujica, F., & Argandoña, F. (2015). Entre Pintatani y Codpa: paisaje y productos típicos en los relatos campesinos, 1847–2013. RIVAR, 2(6), 70–86.
6. Charters, S. (2006). Wine and Society: The Social and Cultural Context of a Drink. Oxford: Elsevier / Butterworth-Heinemann.
7. Cid-Aguayo, B. E., et al. (2020). Terroir y territorio. Urbano, 23(42), 112–125.
8. Del Pozo, J. (2014). La historia del vino chileno: Desde la época colonial hasta hoy. Santiago: LOM Ediciones.
9. Elías Pastor, L. V. (2014). El paisaje del viñedo: su papel en el enoturismo. RIVAR, 1(3), 12–32.
10. Lacoste, P. (2005). El vino y la nueva identidad de Chile. Universum (Talca), 20(2), 24–33.
11. Lacoste, P. (2019). La vid y el vino en el Cono Sur de América. Argentina y Chile (1545–2019): aspectos políticos, económicos, sociales, culturales y enológicos. Mendoza: Universidad Nacional de Cuyo.
12. Lacoste, P., et al. (2015). Vinos típicos de Chile: ascenso y declinación del chacolí (1810–2015). Idesia, 33(3).
13. Lacoste, P., et al. (2016). Asoleado de Cauquenes y Concepción: apogeo y decadencia de un vino chileno con Denominación de Origen. Idesia, 34(1), 85–99.
14. Mujica, F. (2019). Bernardo O’Higgins y el patrimonio del vino en Chile. Idesia, 37(4).
15. Rojas Aguilera, G. (2015). Patrimonio e identidad vitivinícola: reflexiones sobre la evolución de los significados culturales del vino en Chile. RIVAR, 2(4).
16. Rojas Aguilera, G. (2019). La geografía del vino chileno. Santiago: Vinifera Editorial.
17. Rojas Aguilera, G. (2021). Viñas chilenas como Patrimonio de la Humanidad. RIVAR, 8(22), 218–225.
18. Unwin, T. (1991). Wine and the Vine: An Historical Geography of Viticulture and the Wine Trade. London: Routledge.