Artículo #185

24 de noviembre, día internacional del carménère
Para el mundo del vino en Chile, la década de los ‘90 significó la consolidación del modelo productivo al estilo anglosajón, la mantención del modelo francés y el cuasi abandono del paradigma colonial en vitivinicultura. Vale decir, quedamos englobados en el llamado Nuevo Mundo Vitivinícola, signado por una producción de grandes volúmenes orientados a exportar y con preferencia por los monovarietales de cepas francesas, con técnicas que aseguraran una alta productividad del viñedo por sobre todas las cosas.
Texto destacado
Fue una sorpresa para la comunidad viñatera de los ’90 que una nueva cepa, desconocida, viniera a desordenar el boyante panorama exportador de ese momento. Tras varios corcoveos, poco a poco, se ha transformado en uno de los emblemas nacionales de cara al mundo. En este artículo, publicado en Viaje al Sabor, nuestro medio asociado, la historiadora Amalia Castro relata esa y varias peripecias de la variedad, hasta su consolidación en Chile.
Por ello, y como venía haciéndose desde el siglo XIX, visitaron nuestro país numerosos expertos del vino –ampelógrafos, enólogos y agrónomos, sobre todo- desde Francia en primer lugar, aunque no exclusivamente. Fue en este contexto que en 1991 el ampelógrafo francés Claude Valat fue el primero en advertir que la variedad llamada merlot en Chile no sería tal. Estimó que podría tratarse de cabernet franc. Esta información provocó incertidumbre puesto que ambas variedades eran demandadas en los mercados de destino, bajo un proceso de exportación incipiente. Sobre todo, el llamado “merlot chileno” por sus singularidades. Por ello esas noticias no trascendieron más allá de un estrecho círculo. Sin embargo, algunos técnicos en Chile suponían que algo raro había, por lo que el Comité Organizador del VI Congreso Latinoamericano de Viticultura y Enología, presidido por Philippo Pszczolkowski invitó al ampelógrafo francés Jean Michel Boursiquot, del ENSA de Montpellier.
El congreso que se hizo en Santiago entre el 20 y 25 de noviembre de 1994 e incluyó visitas técnicas a diferentes viñedos y bodegas. Para la historia del carménère en Chile, las más relevante fue la realizada a la Viña Carmen, exactamente el jueves 24 de noviembre de 1994. Pszczolkowski fue testigo presencial del hecho y así lo relata: “Habíamos llegado a visitar una plantación reciente de merlot. Pero cuando Boursiquot la vio expresó en francés algo que me sorprendió: “Esto no es cabernet franco, esto es carménère”. No comprendía nada: nos habíamos bajado a exhibir una plantación de merlot y Boursiquot, el especialista francés, señalaba que ella no era la variedad anunciada sino una absolutamente desconocida. Le solicité me deletreara el nombre de la variedad, al tiempo que se me venía a la mente el trato que le daban los franceses a los vinos chilenos etiquetados como sauvignon blanc, pero que en realidad no se cansaban de indicar que se trataba de la variedad sauvignon vert (también conocida como sauvignonasse o tocai friulano), una variedad considerada por ellos como muy inferior, hecho que no guarda relación con la calidad objetiva que se consigue con ella, pero que en términos prácticos poco importa. Ahora, al problema del “sauvignon blanc” se sumaría el del “merlot”, los cuales se obtenían de una desconocida variedad, el carménère”.
El carménère era ampliamente cultivado en el Medoc francés en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, esta cepa tendió a su desaparición a consecuencia de su sensibilidad climática y de la plaga de la filoxera que en 1867 atacó a los viñedos europeos. De todas, la carménère fue la más afectada. Tras esa crisis la superficie cultivada disminuyó hasta aproximadamente 10 hectáreas en 1994, lo que llevó a su reemplazo en el Medoc por una variedad secundaria… merlot. Con el tiempo, terminaron confundiéndose estas dos variedades en su lugar de origen y, como consecuencia, también lo fueron allí donde estas cepas se exportaron. Por estos motivos, se le consideró una variedad extinta, lo que explica luego el entusiasmo al ser descubierta en Chile en su versión pre-filoxérica.
Pero ¿Cuándo llegó acá? y ¿por qué sobrevivió aquí a la plaga filoxérica, que arrasó con los viñedos alrededor del mundo? Sabemos que la vid fue introducida en Chile por los españoles, de las que tenemos las conocidas como criollas. Posteriormente, en el siglo XIX, se ha citado frecuentemente a Silvestre Ochagavía y el año 1851 para la introducción de nuevas variedades de uvas para vinificación francesas, aunque lo cierto es que al menos desde 1830 puede constatarse la introducción de variedades desde Italia y Francia gracias a Claudio Gay y, en 1845 y 1848 habrían también sido introducidas a Chile por Nourrichet y Poutays. Esta introducción de variedades francesas correspondió a una mezcla de ellas, del mismo modo que eran cultivadas en sus lugares de origen.
¿Y la filoxera? La Philloxera Vastratix es un insecto que se encontraba en vides de Estados Unidos, al este de las montañas Rocosas. Algunas plantas fueron llevadas a Europa, buscando encontrar variedades nuevas que pudieran ser más resistentes a otra de las grandes enfermedades de las viñas, el oídium tuckeri. En la década de 1860 ya se sintieron los efectos devastadores de este insecto, que asoló los viñedos en Francia, Portugal, España, Suiza, Alemania, Austria-Hungría, Italia, Rusia, Turquía, Serbia, Bulgaria, Rumanía. También, las viñas de Madera, Argelia, de Cabo de Buena Esperanza, Australia, California y La República Argentina… casi en todo el mundo, excepto en Chile.
El historiador Félix Briones ha estudiado este proceso a profundidad, porque se aducen razones incorrectas de por qué Chile ha sido uno de los pocos países libre de filoxera, desde el inicio de la plaga y hasta el presente. Entre las explicaciones que se dan corrientemente figuran el clima de Chile, como poco favorable para la propagación del insecto o su condición aislada y lejana, flanqueada por el océano, la cordillera, desiertos y hielos eternos. Sin embargo, lo más relevante en este caso fue la posición firme del Estado en la persecución de medidas profilácticas que evitaron la expansión de la filoxera en Chile. En 1877 (es decir, poco tiempo después de desatada la plaga en Europa) el gobierno chileno prohibió la importación de cepas.
Así como en Europa se acordaron medidas para combatir la plaga, en que países como Alemania, Austria-Hungría, Francia, Italia, España, Portugal y Suiza suscribieron la Convención de Berna, en septiembre de 1878. En Chile, con anterioridad, y mediante decreto supremo de 16 de junio de 1874, se prohibió la internación de vid francesa al territorio. Tres años más tarde, el 18 de mayo de 1877, se prohibió la internación de cualquier vid extranjera. Por último, a fines de 1888, y con la filoxera golpeando las fronteras de Chile desde Argentina, el Gobierno chileno, a través del Ministerio de Hacienda, dictó algunas medidas para que se diera estricto cumplimiento a las disposiciones vigentes sobre la introducción de vid extranjera, enfatizando en el rol de las aduanas en la aplicación del decreto supremo de 1877. Tal vez por eso -y por otras tantas medidas- es que existe en nuestro país una tradición en lo que respecta al celo con que, en la frontera, se controla el ingreso al país de material vegetal u orgánico.
Junto con ello, el Directorio de la Sociedad Nacional de Agricultura sugirió la prohibición de introducir al país cualquier planta o producto vegetal que pudiera contener esta plaga, incluida tierra y abonos. Además de esto, se realizó una extensa campaña de educación al respecto para agricultores y viñateros, así como inspectores expertos que recorrían el país para detectar cualquier brote de filoxera. Por último, se importó semilla de vid americana resistente a la enfermedad, se creó el Laboratorio de Patología Vegetal y se destruyó cualquier planta de vid internada al país.
Gracias a la rápida actuación del Estado, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, Chile pasó a ser un país cuyas plantas no tuvieron que ser injertadas en variedades americanas, lo que permitió la mantención de numerosas variedades pre-filoxéricas, entre ellas, el carménère, redescubierto un 24 de noviembre de 1994, hoy cepa insigne de la vitivinicultura chilena.
Sobre la autora (*)
Licenciada en Historia (Universidad Finis Terrae), Doctora en Historia (Universidad Nacional de Cuyo). Parte del CIAH (Centro de Investigación en Artes y Humanidades) Universidad Mayor, Proyecto ATE220008. Su línea de investigación se centra en el patrimonio e identidad agroalimentaria, estudiando la historia y puesta en valor de productos típicos chilenos, muchos de ellos sometidos a procesos de modificación, invisibilización y/o hibridación. También aborda temas asociados a los sentidos en la conformación del gusto y modos de mesa.