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Artículo #174

La Diplomacia del Vino

Por Claudia Gacitúa y Gonzalo Rojas. JUNIO DEL 2023

Después de diversas iniciativas por parte del Estado y los privados en promover y difundir la gastronomía y vinos de Chile, surge como perentorio incluir nuevas áreas del conocimiento para generar estrategias de comunicación, políticas públicas e incluso definir una identidad respecto a lo que significa el vino, sin dejar de lado su carga cultural, social, histórica, económica y política en el Chile de hoy. Necesitamos entender sus significados más profundos, como alimento, desde diferentes perspectivas con la finalidad de comprender la magnitud a la cual nos estamos enfrentando y las posibilidades que hay, en favor de la promoción, percepción y relaciones internacionales, siendo de vital importancia que los países trabajen en el diseño de la imagen que desean proyectar, ya sea con sus aliados o enemigos, pues las naciones se reconocen en su comida, lo qué comen y de qué forma lo comen, así también en lo que beben.

Texto destacado

La diplomacia del vino o "enodiplomacia" se define, académicamente, como el uso estratégico del vino y la cultura vitivinícola como herramientas para promover los intereses nacionales, fortalecer las relaciones internacionales y proyectar una imagen positiva de un país o región en el ámbito global. Implica la utilización del vino como un elemento cultural distintivo y atractivo que refleja la identidad y la tradición de un país o región.


Surge aquí la “diplomacia del vino” o enodiplomacia, una derivación específica de la gastrodiplomacia, centrada específicamente en el vino y su papel en la diplomacia. Ambos conceptos están estrechamente relacionados, con ámbitos de acción complementarios, dentro del marco de la Diplomacia Cultural. En conjunto, se refieren al uso estratégico de elementos culturales, en este caso el vino y la gastronomía, respectivamente, con el fin de promover los intereses nacionales, fortalecer las relaciones internacionales y proyectar una imagen positiva y atractiva de un país en el ámbito internacional, a través del ejercicio del poder.

Las relaciones sociales y de poder que se gestan en torno a la mesa, comer y beber, están estrechamente relacionadas con las decisiones de mercados, las instancias políticas e incluso las identidades culturales y de género, conformando un fenómeno denominado "Gastropolítica", que subyace a las relaciones diplomáticas en torno al vino y la comida y la forma en que se conforman sus relatos. Relatos que reflejan una importante relación con el poder, donde los discursos de alimentación han quedado ocultos entre las nociones de placer e ingenuidad que históricamente se le han atribuido al comer y beber. Sin embargo hoy es urgente visibilizarlas y abordarlas desde una perspectiva crítica que integre las relaciones internacionales, dejando en evidencia la relevancia de los poderes que, constantemente, están atravesando todo lo que pasa en la mesa.

Soft Power

Ambas estrategias, tanto la enodiplomacia como la gastrodiplomacia, se basan en la idea del “soft power” o “poder blando”, que implica influir en otros países a través de elementos culturales y atractivos, en lugar de utilizar la coerción o la fuerza. Ambas buscan proyectar una imagen positiva del país, fortalecer las relaciones bilaterales y multilaterales, para así generar beneficios económicos a través del turismo y el comercio. De esta manera, es posible señalar que la enodiplomacia y la gastrodiplomacia comparten el objetivo común de promover los intereses nacionales, utilizando elementos culturales, en este caso el vino y la gastronomía, respectivamente, como herramientas estratégicas en el ámbito de la diplomacia con la finalidad de proyectar una imagen positiva del país en el escenario global.

En esta línea, considerando al vino como un alimento, podríamos afirmar que la dimensión cultural de lo que sucede en la mesa, vino y gastronomía, tiene sin lugar a dudas una profunda categoría política, convirtiéndose en una importante fuente de poder (Dana Lusa, 2018). No podemos olvidar que la cocina con todo lo que eso implica, es un elemento simbólico que refleja las dinámicas y los cambios políticos (Coulon, 2000) y esta puede llegar a ser un efectivo instrumento político cuando los gobiernos se comprometen en identificar y buscar la formas como se construyen los lazos entre las personas a través de la comida y por supuesto, del vino.

El vino ha sido tradicionalmente considerado como un elemento distintivo de la cultura y la identidad de un país o una región. A través de la enodiplomacia, los países pueden utilizar la promoción de sus vinos, sus tradiciones vitivinícolas y la experiencia enológica como una herramienta para fortalecer las relaciones diplomáticas, atraer el turismo enológico y fomentar el comercio de vinos.

La gastrodiplomacia se puede definir académicamente como el uso estratégico de la gastronomía, incluyendo platos tradicionales, técnicas culinarias, productos locales y experiencias culinarias, como una herramienta para promover los intereses nacionales, fortalecer las relaciones internacionales y proyectar una imagen positiva de un país en el ámbito global. Implica la utilización de la gastronomía como un medio de comunicación cultural que trasciende barreras lingüísticas y culturales, fomentando el diálogo intercultural, la cooperación y la comprensión mutua entre las naciones. La gastrodiplomacia busca influir en las percepciones, actitudes y opiniones de los ciudadanos extranjeros, utilizando el atractivo cultural de la gastronomía para generar beneficios económicos, atraer el turismo y establecer relaciones diplomáticas sólidas. No hay mejor posibilidad de mostrar de donde venimos que a través de la gastronomía y el vino.

De esta forma, la gastrodiplomacia, así como también la enodiplomacia, van más allá de la mesa, trascendiendo esa necesidad básica y biológica de comer y la necesidad hedonista de beber de todo ser humano. Pensándola con una mirada amplia, lo que pasa en la mesa se convierte en una propuesta de discurso político, utilizada constantemente como arma de seducción o manipulación, donde cada producto tiene una razón de ser y existe una estrategia con la finalidad de obtener resultados que solo dependerán del animo de quien nos sirve.

Ambas han ganado reconocimiento en el ámbito de los estudios internacionales durante las últimas décadas. Usar la gastronomía y el vino como una herramienta de poder blando para promover los intereses nacionales, fortalecer las relaciones internacionales y proyectar una imagen positiva de un país en el escenario global, requiere de un análisis tanto histórico, social, económico y comunicacional de la conformación del escenario alimentario y vitivinícola del país, así como también de una formación por parte de quienes están difundiendo la imagen de Chile.

En este sentido, será urgente capacitar y formar embajadores del vino, desde un concepto amplio que trasciende la mesa y que se sitúa en las relaciones internacionales, que a pesar de haber sido una práctica utilizada a través de la historia, en la actualidad no ha sido explotado conscientemente como una herramienta fundamental para el posicionamiento de la industria vitivinícola y por ende del país.

Enodiplomacia desde la academia.

En un reciente artículo publicado en la revista de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile (2022), los académicos José Antonio Negrín y Pablo Lacoste han sugerido la adopción del concepto de Enodiplomacia como una categoría de análisis válida para los estudios internacionales. Según los autores, este concepto adquiere particular importancia en países donde la industria vitivinícola desempeña un papel significativo en la economía nacional, las exportaciones y el turismo, como Francia, Italia, España, Portugal y Alemania en Europa, así como Australia, Nueva Zelanda y Chile en el hemisferio sur.

Como se mencionó anteriormente, la enodiplomacia busca promover el comercio, el turismo enológico y fomentar el diálogo intercultural a través de la difusión y promoción de los vinos locales, las tradiciones vitivinícolas y las experiencias enológicas diversas. Al utilizar el vino como un medio de comunicación y conexión cultural, la diplomacia busca establecer relaciones diplomáticas sólidas, mejorar la imagen y la reputación de un país o región, y generar beneficios económicos relacionados con la industria vinícola.

Se destaca especialmente que países como España, Portugal, Francia y el Reino Unido han practicado esta forma de diplomacia a lo largo de la historia moderna, considerándola una fuente de prestigio, poder económico y cultural. Aunque la enodiplomacia existía como práctica colonial antes de su definición teórica, se argumenta que guarda similitudes con el concepto de desarrollo industrial sustitutivo de importaciones, acuñado formalmente por la CEPAL en 1949, pero que ya se había establecido en América Latina desde la década de 1930 como respuesta a las políticas proteccionistas surgidas a raíz de la Gran Depresión de 1929.

En este contexto, pareciera estar bastante claro que la Enodiplomacia ha estado mayormente presente en la relación que los principales productores de Europa han establecido con otras naciones de las más diversas latitudes, un hecho que se ha materializado consistentemente en la promoción de diversos tratados internacionales, que incluyen la irrestricta protección de las denominaciones de origen de los vinos europeos, como así también en la permanente búsqueda de ventajas comerciales para sus exportaciones vitivinícolas.

La enodiplomacia funciona, para los países de nuestra región, no sólo como una herramienta de utilidad para abordar los estudios de las relaciones internacionales, sino además, como una herramienta pragmática en el propio ejercicio de la diplomacia. De esta manera, cabe destacar que tanto la enodiplomacia y la gastrodiplomacia desempeñan roles complementarios y significativos en el ámbito de los estudios internacionales y la diplomacia cultural.

La vinculación entre la enodiplomacia y la gastrodiplomacia radica en la sinergia que se crea al combinar el vino y la gastronomía como elementos culturales poderosos. Ambas estrategias se complementan y refuerzan mutuamente, ya que el vino y la gastronomía a menudo van de la mano, y juntos ofrecen una experiencia completa y auténtica de la cultura culinaria de un país. En conjunto, permiten a los países proyectar una imagen positiva, fortalecer sus relaciones internacionales, atraer el turismo, promover el comercio y fomentar la comprensión y la cooperación entre las naciones. Son herramientas valiosas que aprovechan la riqueza cultural y culinaria de un país para establecer lazos diplomáticos sólidos y generar beneficios económicos, al tiempo que promueven la diversidad cultural y el diálogo intercultural en un mundo globalizado. La enodiplomacia, al centrarse específicamente en el vino, permite, asimismo, aprovechar el patrimonio vitivinícola y las tradiciones vitivinícolas para establecer lazos diplomáticos sólidos, promover el comercio de vinos y atraer el turismo enológico.

Utilizadas oportunamente, la eno y gastrodiplomacia, serán fundamentales tanto en la conformación de las relaciones internacionales e influenciar a otros, como también en oportunidades para demostrar y ejercer el poder. El vino se convierte así en una poderosa herramienta de comunicación cultural y en un símbolo de la identidad y la calidad de un país o región.

Mas allá de que las autoridades de turno tengan o no una debilidad por la buena mesa, en todo el territorio chileno, incluyendo sus embajadas, la promoción del vino y la gastronomía chilena debiera ser estudiado, comprendido y practicado desde casa, echando mano a una de las formas más sutiles, inteligentes y efectivas de ejercer el poder, la eno y gastrodiplomacia.


Los Autores:

Claudia Gacitúa M.

Magíster en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Santiago de Chile. Periodista, Sommelier y Gastrónoma.

Gonzalo Rojas A.

Doctor(c) en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile e Historiador de la Universidad de Chile.