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Artículo #164

El megaincendio y los viñedos

Por Carlos Reyes M. MARZO DEL 2023

Cientos de miles de hectáreas de vegetación arrasadas. Entornos rurales reducidos en minutos a brasas, cenizas, escombros; ciudades mordidas por fuegos que además se han llevado casas rurales, bodegas, sembradíos de todo tipo, sumado al bosque exótico finalmente convertido en percutor de llamas que quemaron miles -quizá cientos de miles- de las parras que componen la riqueza del paisaje vitivinícola de Itata y Biobío.

Texto destacado

Los ecos de los siniestros de 2017 dan una señal de lo que puede venir para decenas -o centenares- de viñateros que perdieron cosechas y parras centenarias. Testimonios de afectados hace seis años, tanto a orillas del río Maule como en el secano interior de Cauquenes, cuentan historias que mezclan esperanza, desencanto y oportunidades de aprendizaje perdidas. Relatos que sí coinciden en algo: en una ruta de rehabilitación que tomará años.


Aún falta tiempo para concretar un balance respecto de daños que se asoman enormes. La experiencia nacional e internacional indica que tanto el fuego y las consecuentes altas temperaturas, modificarán las cualidades de las uvas debido al golpe deshidratador y, sobre todo, por el humo aferrado a las pieles de cada grano. Vale decir, cosechas arruinadas tanto para viñateros reconocidos a nivel internacional, hasta quienes pelean cada temporada por los precios pagados desde los poderes de compra, portadores de la manija que controla la oferta y su valor.

Las escenas que caldean este verano de 2023 les duelen, sobre todo, a millares de pequeños propietarios quienes ven en esto una crónica anunciada. Son sabidos los efectos del cambio climático, que supo elevar esta temporada las temperaturas a más de 40 grados en Ñuble y Biobío; fenómeno unido a la sequía que pisa fuerte desde Valdivia hacia el norte. Lo anterior se suma en Chile a las prácticas derivadas de un Decreto Ley, el 701, que fomenta la plantación de pinos y eucaliptos vigente en esencia desde 1974 (más allá de sus cambios de 1979 y 1998). Una legislación que funcionó como incentivo silvícola hace décadas, pero ahora obsoleto en ámbitos como el control de la masa forestal mediante cortafuegos más extensos -sobre todo en áreas cercanas a las ciudades-, algo resistido políticamente por los grandes productores madereros, o los debidos manejos del agua que escurre cada vez más escasa por el secano central chileno.

La experiencia de 2017: el largo y complejo camino hacia la recuperación.

El panorama es similar a 2017, cuando las regiones de Maule y O’Higgins se sumieron en incendios calcados a los de estos días y que, al menos en los viñateros propietarios de plantas patrimoniales, dejaron huellas que se transmiten en experiencia. Tanto para quienes se ven afectados como para quienes en estos momentos se organizan para ofrecer su ayuda solidaria.

Desde el terruño de González Bastías, a orillas del río Maule y muy cerca de la estación ferroviaria del mismo nombre, José Luis González y Daniela Lorenzo vivieron la quema de más de una hectárea y media de viñedos centenarios en la parte alta de su campo. Eso sin contar pérdidas mucho más cuantiosas para sus familiares, como otras tantas plantaciones y la casa materna del viñatero y sus recuerdos. A seis años de aquel incendio detallan en parte el camino transitado hacia una cierta normalidad. “Uno se preocupa inicialmente de lo básico: donde guarecerse, la comida, los animales. Luego es un proceso desde lo psicológico, porque uno piensa que lo ha perdido todo y es ahí donde es importante que quienes deseen ayudar se hagan presentes. Que lo hagan preguntando, acercándose, ayudando tanto a los adultos como a los niños -es muy importante tenerlos en cuenta-; también adelantarse a las necesidades: forraje por ejemplo o en el apoyo para el trabajo posterior del campo”, dice Daniela quien agrega: “eventos como la Barra Solidaria de 2017 (iniciativa del mundo de los sommelieres y consumidores de Santiago) fue una sensación de apoyo que en su momento nos ayudó a seguir”.

José Luis González ofrece la mirada agrícola: “si no está quemada la raíz, existen posibilidades de recuperación de la planta. Las parras (patrimoniales) poseen raíces profundas que albergan esperanzas de sobrevida, pero para conseguir avanzar se requiere de un trabajo largo e intenso. Se debe limpiar, desbrozar, atar las plantas, mover la tierra para controlar las malezas posteriores. En los primeros momentos es muy importante cerrar los campos, proteger los brotes, porque las plantas reaccionan, reverdecen y los animales (silvestres y de corral que se ven abandonados) que ven todo seco se acercan a lo primero comestible que encuentran”, dice el viñatero quien luego de tres temporadas vio recuperados sus viñedos quemados por completo; hasta con un leve incremento de su producción respecto de antes de los incendios. Da una nota de esperanza, además: “En Itata y Biobío llueve más que en el Maule, así que eso puede ser incidente en la recuperación”. Ambos, además, hacen un llamado: “Es el momento de ayudar comprando botellas, las que tengan, a quienes están afectados”.

Una visión distinta tiene Sergio Amigo, dueño de Cancha Alegre en el secano interior de Cauquenes, quien esta temporada ha visto afectados otros cultivos, de arándanos, en la zona de Ñuble y que apalancan su proyecto vitivinícola. En 2017 calcula en miles las plantas antiguas perdidas, esta vez, de manera irremediable por el fuego: “(Que una parra perviva) depende de diversos factores. Uno de los más importantes es la permanencia y la profundidad del calor en el suelo. En mi caso se trató de suelos que, ante las altas temperaturas se apretaron haciendo muy difícil el trabajo posterior del campo y hubo sectores donde el calor penetró varios centímetros bajo tierra”, dice, como si se hubiera tratado de un recipiente de greda curada dentro de un horno.

Amigo recalca que, aparte de mucho más estricto control de la masa forestal, el gran combustible de los siniestros de los últimos años, es importante un apoyo desde lo técnico -sobre todo desde instancias estatales-, para saber dónde trabajar para no perder recursos: “tuve la suerte de que fui asesorado por expertas australianas -Renata Ristic y Leike van der Hulst- con experiencia en los incendios de su país, quienes revisaron los campos y analizaron los lugares que podrían renacer y los que no. Ocurrió que muchas plantas volvieron a brotar tras las primeras lluvias de marzo para luego morir en ese intento de sobrevida, tal como ellas me lo dijeron”, cuenta.

También en el sentido del análisis ante desastre, destaca la reacción de viñateros itatinos como Leonardo Erazo. Profundamente afectado -perdió un 90% de sus plantaciones- reflexionó en sus redes sociales: “Aquí no es unos contra otros, aquí nos necesitamos todos. Todos nos quemamos por igual y nadie quiere que esto siga. Ya no podemos trabarnos en discusiones muertas, aquí hay que juntos buscar ideas, mirar otros lugares e intentar aplicarlas a nuestro territorio, ya sabemos que pasa si no hacemos nada, más que nunca vale intentar cambiarlo. (…) El mundo está cambiando; veranos secos y olas de calor son más comunes, tenemos que cambiar nosotros también”.

El rumbo hacia la normalidad, si es que tal palabra cabe, ya comenzó para varios en el centro sur de Chile. Pero, queda una gran pregunta pendiente: ¿Es posible la coexistencia entre la silvicultura y la vitivinicultura?

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(*) Artículo publicado en colaboración con Viajealsabor.cl