Artículo #161
Los ecos de la chuchoca
Sobre la chuchoca, esa molienda seca de maÃz rehidratada en guisos -o a veces sólida como su prima hermana, la polenta italiana-, surgen varias versiones sobre cómo surge y se prepara. De un lado el sentido práctico y piadoso de Mariana Bravo Walker en su best seller Cocina Popular (1964), el libro de recetas chilenas más vendido de todos los tiempos: “Se cuecen los choclos. Se cortan en tres cortes, en un paño limpio de secan al sol. Secos se muelen y se guardan en un sitio secoâ€. Algo parecido dice Augusto Merino desde su Cocina Chilena Fina y Fácil (1997), destacándola como mucho más sabrosa que la versión europea, de mayor dama.
Texto destacado
En los cerros cercanos a Empedrado, Maule, cerca de una de las pocas quebradas dejadas en paz por la depredación silvÃcola -corazón de los incendios de 2017-, reposa un agujero redondo, de poco más de un metro de diámetro y otro tanto más de profundidad. Allà se han preparado a fuego lento algunos de los momentos más sabrosos de la cocina campesina de la zona central chilena. Esta es parte de su historia.
Desde los recuerdos, Eugenio Pereira Salas en sus Apuntes para una Historia de la Cocina en Chile (1943, reeditada en 1977 y 2007 y en la práctica la “Piedra Rosetta†desde donde hoy parte toda investigación gastronómica criolla), dice: “se preparaba del maÃz maduro, que después de un ligero cocimiento al horno lo rompen gruesamente, moliéndolo después entre piedrasâ€.
Dicen que en lo profundo del secano maulino se sigue haciendo tal como se contará a continuación. En los cerros cercanos a Empedrado, cerca de una de las pocas quebradas dejadas en paz por la depredación silvÃcola -corazón de los incendios de 2017-, reposa un agujero redondo, de poco más de un metro de diámetro y otro tanto más de profundidad. Lo tapan con ramas y tronquitos de pino para que algún ternero desprevenido no pase de largo hacia abajo. Los bordes podrÃan ser terrosos pero no lo son, más bien la acción de viejos calores los templaron hasta hacerlos, en la práctica, una olla de greda empotrada a mitad de la loma. Es el recipiente base de la chuchoca de hoyo.
Paola Ramos vive a poco más de un kilómetro de este hito y recuerda las maneras cómo se prepara. “A fines de febrero o a comienzos de marzo, cuando los choclos están maduros, se trae una carreta llena, sin sacarle las hojas. Allà espera mientras se pone fuego de leña en el hoyo durante horas y horas, hasta que en la noche se tiran todos los choclos hasta llenarlo. Se tapa con las mismas cañas de la planta, si es que traen, o con sacos u hojas de nalca. Allà se espera toda la noche que se cocinen bien. No importa si los de abajo se queman -no se sacan las brasas como en los hornos de barro-, la cosa es que deben quedar bien cocidos. Ya en las primeras horas de la mañana se van sacandoâ€.
Y la fiesta comienza: “Se van pelando de a uno. Como se cocinaron y sus propios jugos y el fuego les dio un toque de humo, imagÃnese cómo son recién salidos. Nosotros traÃamos mantequilla y los comÃamos ahà mismo ¡Una delicia! Por supuesto como eran tantos y era comida para guardar, les seguimos sacando las hojas y cuando terminamos, los llevamos para que se sequen al sol, extendidos en paños sobre la tierra o arriba de los techosâ€.
Luego y en invierno, allá por los cerros de Empedrado, la chuchoca se prepara de dos maneras: “se muele y se prepara con las cazuelas de pollo o de pava, o se usa el grano entero, se rehidrata y se cocina en guiso con porotos y dados de cuero de chanchoâ€, recuerda Paola, que ya hace rato está hablando desde el pasado.
Es que no se trata de hechos recientes los de su chuchoca de hoyo. Ella sabe, tanto como su amiga Bernardita Sepúlveda, reconocida recolectora de setas en la zona, que existe gente que lo hace, aunque su relato suena más a un comentario a oÃdas escuchado por ahÃ. Sà saben que en su zona desde al menos 30 años a la fecha que esa preparación-fiesta del verano, con extensión hasta lo profundo del invierno, no se realiza: “es que la gente que cultivaba choclos ya no está; se ha ido muriendo y los campos los más jóvenes no los trabajan porque prefieren irse a la ciudadâ€, dice la vecina. A la distancia, los potreros verdes, rodeados del bosque exótico que amenaza permanente, le dan la razón.
Tal vez, quizá, dice Bernardita, se podrÃa repetir esta ceremonia durante la temporada estival. En ese febrero lleno de actividades y de visitantes ansiosos de un par de dÃas de campo a la chilena. Gente que gozarÃa de una buena mazorca humeante de vapor con aromas ahumados, del tueste dulce del choclo fresco, recién salido de ese hoyo que por estos dÃas es solo silencio en un Empedrado rodeado de calor y por miles -o millones- de pinos. Mientras unos todavÃa aseguran que la cocina chilena circula de simplona por el mundo, desde el campo los recuerdos de estas maneras de comer y de hacer durar la comida, refutan muchas de aquellas afirmaciones, hechas desde la incomprensión. Pasar desde una práctica culinaria nacida desde la necesidad, a los bordes de lujo artesano con matices de puro sabor maulino y centrino, hay menos pasos de los que se creen.
(*) ArtÃculo publicado gracias a la gentileza y colaboración de nuestro medio asociado Viajealsabor.cl
Sobre el autor:
Carlos Reyes Medel. Periodista de la Universidad de ValparaÃso y Director de Viaje al Sabor. Editor Gastronómico de Revista La CAV (Club de Amantes del Vinos). Autor de los libros Viaje al Sabor I y II y de la GuÃa Gastronómica de ValparaÃso y GuÃa 100, entre otras publicaciones especializadas. Reconocido ampliamente como uno de los más influyentes periodistas especializados en gastronomÃa del paÃs, con más de veinte años de trayectoria en los más importantes medios escritos del paÃs.