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Artículo #55

El vino en Tarapacá: Herencia del Virreinato del Perú. Parte I

Por Gonzalo Rojas A. ENERO DEL 2021

En la actualidad, existe un amplio consenso sobre el origen de la vitivinicultura sudamericana. En su obra: “Las Viñas de Lima: Inicios de la vitivinicultura sudamericana”, el historiador peruano Guillermo Toro-Lira ha expuesto que: “El primero que escribió sobre la introducción de la vid en el Perú fue el fraile Vicente de Valverde, primer obispo del Cusco y de Sudamérica, quién, a principios de 1539 señaló: Muy extremada tierra para viñas, a lo que todos nos parece, esperándose ahora plantas de vides, que se traerán desde Guatemala”. En este mismo sentido, su compatriota Lorenzo Huertas ha señalado que, en virtud de la documentación existente, los primeros en cultivar la vid en el Perú fueron el propio Francisco Pizarro y Hernando de Montenegro, ambos en Lima. Desde este centro original de la vitivinicultura sudamericana, se habrían llevado las vides, durante la década de 1540, hacia el sur del Perú y Chile, en expediciones sucesivas, que fueron expandiendo el cultivo de vides en las incipientes colonias.

Texto destacado

Para comprender la cuestión sobre el origen de la vitivinicultura sudamericana, es preciso tener en consideración la importancia que la sociedad hispánica le asignaba al vino como producto cultural.


En este contexto, al igual como ocurriría en el hemisferio norte de América, los primeros conquistadores extendieron el cultivo de la cepa Listán Negra, cultivar originario de Castilla que, previamente, había sido llevada a las Islas Canarias, Las Antillas y Mesoamérica, a estos dos últimos sitios, por el propio Cristóbal Colón, primero, y Hernán Cortés, después. Denominada como “Criolla” en Perú, en Chile adquirió tempranamente el nombre de “Cepa del País”, para más tarde quedar establecida como “Cepa País”, la cepa fundacional del vino americano.
Elemento esencial de la misa cristiana y la evangelización, así también el vino es considerado como un alimento fundamental de la dieta mediterránea, extraordinariamente apetecido por los hispanos, tanto por su valor nutritivo, como también por sus características organolépticas. Ya fuere mezclado con agua (para hidratarse de manera segura) o bien bebido sólo o con frutas, el consumo de vino estuvo naturalizado en lo más fundamental de la alimentación de los colonos españoles, quienes, además, lo utilizaban para las expediciones militares de conquista, entregando raciones periódicas a las tropas.

Con una dimensión múltiple dentro de la cultura hispánica, la importancia del vino no sólo se circunscribe al ámbito religioso, gastronómico o militar, sino también, a la dimensión más privada de la cultura, como las celebraciones intimas de cada familia y amigos, por lo que, rápidamente en la América colonial, este producto fue adquiriendo una dimensión económica de gran importancia, lo que explica la razón de por qué, allí donde se asentaban los hispanos, muy rápidamente comenzaba el cultivo de vides.

De esta manera, a diferencia de lo que ocurre con el origen y expansión de la vitivinicultura en el denominado “Valle Central de Chile”, en la Región de Tarapacá se experimentó otro tipo de acontecer histórico, prácticamente separado del resto del territorio chileno hasta finales del siglo XIX. Ligado administrativamente al Virreinato del Perú, primero, y a la República del Perú hasta 1883, la historia de la región estuvo íntimamente conectada con el gran ciclo económico expansivo de la minería colonial, durante prácticamente todo el período mencionado.

Este vínculo, posibilitó el desarrollo de la vitivinicultura en los oasis y quebradas de la Región de Tarapacá, en la medida que los principales centros mineros cercanos incrementaban su demanda por alcohol. Este hecho obedece al primer ciclo en la historia vitivinícola tarapaqueña, marcado por el origen y desarrollo de la vitivinicultura colonial.

Inclusive, de manera anterior a la expedición de Pedro de Valdivia, es preciso considerar la incursión de Diego de Almagro en los dominios australes de los Incas. En efecto, la expedición de Almagro estuvo en Chile en 1536, y como sabemos, fue un rotundo fracaso. Sin embargo, el contacto de Almagro y sus huestes con los indígenas locales resultó ser decisivo para la expansión cultural hispánica en la región.

(Fotos de Theo Topolevsky y Jorge Faúndez)